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Prensa Republicana

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A Bolivia le conviene pedir una base militar estadounidense en su territorio. Por José Brechner

La chusma argentina volvió al poder repartiendo millones en las villas y se siente más fuerte que nunca. La repulsiva Cristina Kirchner, la delincuente, asesina (Nissman), más detestable del continente encontró protección en la vicepresidencia y se cree intocable.

Los argentinos mostraron una vez más que son un pueblo al que se puede conducir como a las gallinas, con alpiste, para que les corten el pescuezo.

Juan Domingo Perón el elocuente militar, golpista, nacionalsocialista, que hizo de su primera mujer, Eva, una santa siendo lo opuesto y, de su segunda mujer, Isabel, una bataclana de igual reputación que la primera, su vicepresidente; podía haber puesto a su perro en el gabinete y los argentinos hubiesen aplaudido sonrientes.

Curiosamente, los chuchos son más leales y más inteligentes que varios de los nuevos ministros; por lo menos no tienen prontuario. Cualquier bestia es más docta que un peronista. No es por nada, como dijo Domingo Faustino Sarmiento, que jugando con las letras del denominativo “argentino”, la única palabra que se puede formar es “ignorante”.

El flamante equipo de piqueteros, titulados ministros, comenzó mal con Estados Unidos, Brasil y Bolivia. Con los dos primeros no puede hacerse al macho, pero con Bolivia sí, aunque el ejército argentino está tan mermado que ni siquiera tiene uniformes. Las izquierdas se encargaron de desmantelar a sus Fuerzas Armadas por temor a que les sienten la mano como en el pasado.

Lo que el diminuto cerebro de los peronistas no capta, es que si quieren agredir a Bolivia, Estados Unidos y Brasil saldrán a defenderla.

Internamente, Argentina es el país con el mayor número de bolivianos, algunos dicen que son 700.000 otros 1,5 millones. Cómo reaccionará esa multitud si Argentina se ensaña con Bolivia, es una incógnita, pero podría derivar en una guerra internacional y civil, pues los argentinos del norte son tan quechuas como los bolivianos. (Llamados “cabecitas negras” por los arrogantes blanquitos porteños).

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El populista presidente argentino, no reconoció al actual gobierno boliviano que está jugando a la democracia en niveles ejemplares, después de haber salido de una dictadura racista de 14 años. Evo Morales usurpó el poder prohibió la libre expresión, cambió antojadizamente las leyes de la república y sometió al país al castrochavismo. La Argentina peronista está con él (vaya qué raro).

El comercio y el flujo de personas a través de la frontera argentina-boliviana es grande. Tener a un gobierno hostil del lado opuesto de la vereda, da motivo para que Bolivia pida la instalación de una base militar norteamericana en su territorio.

Una fuerza armada norteamericana poderosa y moderna en el centro de Sudamérica es una de las pocas alternativas para defender la libertad y la democracia contra los progres, que insisten en hacer resucitar a un Frankenstein de la Unión Soviética en América Latina.

El ejército de los Estados Unidos, es el único que puede brindar garantías reales para preservar la paz en la región a medida que los cubanos, venezolanos, iraníes y argentinos, aspiran a controlar el territorio.

Bolivia, el epicentro codiciado por Fidel Castro y su sirviente, el Che Guevara, no es solamente de interés para los zurdos de la zona. Rusia y China también quieren las riquezas de los países sudamericanos y tener mayor proximidad a su enemigo centenario, los Estados Unidos, a quien gozarían de hacer caer de la cima de la montaña.

Cuba, Venezuela, México y Argentina, se encuentran más cerca de Washington que Moscú, Beijing, Teherán y Pyongyang. Tarde o temprano habrá una guerra pues esa es la ley de la vida, así lo enseña la historia que es circular. Lo más probable es que sea global, entre las izquierdas extremistas aliadas con los musulmanes radicales, contra las derechas y sus infieles judeocristianos.

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A Bolivia, una presencia militar norteamericana, no solamente la protegería de sus potenciales enemigos externos con quienes perdió la mitad de su territorio (un millón de kilómetros cuadrados) desde su independencia, sino también de sus traicioneros enemigos internos.

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